Autoras:
Alejandra D'Atri
Claudia Cortalezzi
Gladis Lopez Riquert
Paula Jansen
Victoria Fargas
Emilce volvió
a abrir el diario, esta vez en la última página
que su hija había escrito:
Querido
diario: no puedo esperar más. Mañana es el día! Mañana mamá se va a ir a lo de
la abuela Adelina y nos quedamos
las 5 solas Yo le dije que
se fuera tranquila, que las chicas vienen a hacer los deberes, total mamá ni se
va a enterar lo que tengo que hacer para que ellas me dejen entrar al grupo. Ya tengo la Gillette y el pañuelo blanco para la caja secreta.
cuando el pañuelo esté manchado, voy a poder
ver la caja donde ellas
esconden los otros pañuelos.
Ay, diario! Me muero de ganas! no puedo ni dormir no veo la hora que se haga de día!
¡Basta, Emilce!, se
dijo.
Veinticinco años, y la tragedia
seguía intacta en su memoria. A pesar de sus esfuerzos, no había olvidado ningún
detalle. Recordaba el jardín, la piecita del fondo, la puerta abierta
de par en par. Y
ahí, en el piso, su nena, su Marina. Tan
inmóvil, tan pálida. Emilce se vio de rodillas, murmurando el nombre de su hija, abrazándola, meciéndola... hasta que descubrió
de dónde venía la sangre. En la
muñeca izquierda de Marina, un pañuelo escondía un profundo tajo. Y en el suelo, una hoja de afeitar.
—¿Qué pasó, hija? ¡Qué
pasó! ―gritó ella desesperada.
—Me aceptaron, mami. —La vocecita
de su nena, apenas un susurro, sonó en su oído—. Las chicas me aceptaron.
fragmento
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